lunes, 27 de junio de 2022

Un sueño pasional

ES FICCIÓN! 


Hola a todos!

Soy Alberto Hidalgo y os doy la bienvenida a este mi blog!

Esta historia no es más que un sueño, una fantasía. Y a pesar de que he vivido situaciones similares y aún más potentes, el relato que os viene a continuación no es más que algo etéreo que de momento solo vive dentro de mí y en estas líneas.

El Hotel Luxtal de Cuzco en Madrid es un lugar discreto. Las parejas pueden relacionarse en la más estricta intimidad. Incluso la entrada y salida de clientes está diseñada y lleva un estricto protocolo para que nadie se encuentre con otra persona por los pasillos. 



Allí, en una hermosa habitación nos encontrábamos cara a cara ella y yo.
La habitación era cómoda, limpia y moderna. Decorada con buen gusto, cubría de manera eficaz las necesidades de los amantes desenfrenados. Una de las paredes estaba acolchada en rojo y tenía tiras de cuero para atar a una persona, un amplio jacuzzi ocupaba buena parte de la estancia. Había un pequeño armario y un sofá. Una amplia cama redonda con un espejo en el techo. En el cabecero de esta había varios preservativos y los mandos de la calefacción, el aire acondicionado, la televisión y una consola para graduar las luces junto a la radio. También tenía cuarto de baño con plato de ducha.
Y allí estábamos nosotros, de pie, como dos adolescentes a punto de perder la virginidad. 
Enfrentados cara a cara nos mirábamos con deseo. Ninguno tomaba la iniciativa. Ella, con la mirada titilante hincada en la mía respiraba con intensidad. Estiré la mano y ella hizo lo propio. Acaricié la punta de sus dedos con la punta de los míos. El tacto de algo tan simple como eso resultaba ser toda una vorágine de sensaciones. El deseo se hacía patente con cada respiración. Entrelazamos nuestros dedos y unimos nuestras manos. Cada movimiento, cada detalle intensificaba con fuerza el deseo carnal.
Finalmente, agarrados de las manos, nos besamos. El primer beso fue ligero. Tan solo rocé sus carnosos labios con los míos. El segundo fue más intenso. En el tercero nuestras lenguas se enlazaron y juntas danzaron al ritmo de nuestros corazones, mientras nos desprendíamos de las prendas que cubrían nuestros cuerpos.
Una vez desnudos nos tumbamos en la cama y comencé a acariciarla. Ella hizo lo mismo. Recorrimos cada uno el cuerpo del otro descubriendo cada rincón y tratando de producir el mayor placer posible. Miraditas furtivas echábamos de vez en cuando al gran espejo que se encontraba sobre nosotros. Verlo era como ver una película erótica en la que nosotros éramos los protagonistas.
Sentados en la cama, abrazados, ella se introdujo mi pene al tiempo que se sentaba en mis piernas. El tacto de su tersa piel era extraordinario. Su olor, su cuerpo, su feminidad. Me agarraba por los hombros al tiempo que mediante movimientos pélvicos se introducía una y otra vez mi pene en el interior de su cuerpo. El placer era inmenso, ambos gemíamos acompasados. Sentía su aliento en mi rostro. Veía sus pechos votando rítmicamente a tiempo que su vientre se contraía con cada embestida. 
Así estuvimos un buen rato. Llegado el momento tomé las riendas del asunto. De un rápido y hábil movimiento y sin sacar el miembro de su interior la tumbé sobre la cama. Ahora era yo quien estaba en posición de embestir. Sobre ella, sonrojada y preciosa, con su hermoso y largo cabello castaño esparramado como una corona alrededor de su cabeza, la agarré por las manos y comencé a percutirla con fuerza y agresividad. Usando la potencia de mis caderas introducía mi torre púrpura en su caverna igual que un ariete medieval al perforar un muro. Le solté las manos y acaricié sus hermosos pechos que se movían acompasados, ingrávidos y turgentes. Finalmente la agarré por las caderas. Mi cuerpo estaba prácticamente erguido, tan solo unidos por la zona pélvica donde se producía toda la acción. Ella desbordada por la pasión se sacudía y acariciaba mi cuerpo. Finalmente se agarró de mis brazos, que se le antojaban como dos columnas a los lados de su cuerpo y tirando de mí se incorporó ligeramente. Incliné el cuerpo y nos besamos. Estaba preciosa cuando hacía el amor. Sonrojada, sudorosa, sonriendo, agitándose, disfrutando el momento. Porque ese era nuestro momento, nuestro presente. Lo único que teníamos.
Sudorosos, desenfrenados, poseídos por la pasión. Por el deseo de la carne.
Ella comenzó a gemir con intensidad. Era la segunda vez que la notaba llegar al orgasmo y yo, tras una hora de penetración, no me veía capaz de aguantar mucho más. 
Fue entonces cuando la abracé. Solapé mi cuerpo al suyo sintiendo sus pechos sobre mi torso y en un último esfuerzo la ensarté con fuerza hasta llegar al clímax final.
Nuestros cuerpos se contrajeron de placer con potentes sacudidas, como si la vida se nos escapara. En un momento en el que nuestro ser se unía al tiempo que nuestras mentes alcanzaban un plano superior. Allí no había tiempo ni espacio, nos encontrábamos en un lugar más allá de las estrellas del firmamento.
Cuando regresamos a la tierra, descansamos nuestros agotados cuerpos uno al lado del otro. La pasión y el desenfreno habían cesado. Ya solo quedaba la claridad post coito y la plenitud de haber disfrutado el uno del otro. Porque tan solo era eso, el goce de la carne. Estimular hormonas y que estas segregaran en sangre aquello que nos lleva a practicar lo que hace que podamos seguir existiendo en este planeta. Un instinto tan básico como el comer o el dormir. 
Recostado en la cama, cuando quise mirarla nuevamente ella había desaparecido. Fue entonces cuando desperté.
Mi camiseta estaba empapada de sudor y tenía una erección bestial.
Todo había sido un sueño. Ella no estaba a mi lado. Una profunda frustración se apoderó de mí. Fue entonces cuando me di cuenta de que si lo había soñado lo había proyectado. Que las cosas a veces surgen y otras no, pero el cariño y el deseo me habían llevado a vivir aquel sueño y eso, estaba claro, había ocurrido por algo. 
Quizás ese hermoso escenario nunca ocurriría, o quizás sí. Quizás daría con la "Julieta" del sueño y viviríamos momentos de pasión maravillosos o simplemente seríamos amigos. Eso solo el destino lo diría. Lo que estaba claro es que esa "maravillosa coincidencia" podía darse, y si era así, no perdería la oportunidad de disfrutarla y desde luego que sería algo mágico. 

Fue entonces cuando desperté de verdad. Estaba en mi casa y una agradable sensación me embargaba. Me di una ducha, tomé café y de repente recibí una llamada. Al contestar una suave voz de mujer acarició mi oído. En aquel momento tuve la sensación de que era ella. 

Eso es todo por ahora queridos amigos. 

Gracias por leerme.

Saludos cordiales.

Alberto Hidalgo.