ES FICCIÓN!
Hola a todos!!!
En el pasado, cuando escribía guiones, muchas veces se me ocurrían muchos gags, algunos de ellos sin demasiado sentido y que nada tenían que ver con lo que en aquel momento estaba escribiendo. Por no desperdiciar la inspiración lo apuntaba aparte y a veces, tomaba forma de historias cómicas sin demasiado sentido pero que me hacían reír.
Hoy os ofrezco una de esas historias escrita allá por 2005 o 2006. Espero que sea de vuestro agrado.
Bonita historia navideña:
Esto ocurrió durante el cambio de milenio. Por aquel entonces
vivía en Madrid, capital de España. En Madrid los inviernos son muy fríos, pero en casa y con la calefacción a tope ni te enteras. Me gustaba poner la calefacción a unos 40 ºc y cultivar mis propias verduras en el salón. Es un poco sucio ya que lo pringas todo con la tierra y el estiércol, pero cuando te acostumbras ya ni lo hueles ni te importa. Pues bien, era 24 de diciembre por la noche cuando me estaba cepillando entre las tomateras y el barro de mi salón a una prostituta de lujo, cuando entró por la ventana el gato del vecino otra vez. A ese maldito felino le gustaba escarbar entre mis plantas, cagar y mear entre ellas, cepillarse mis cojines y echarse la siesta en mi cama. Así que al verle me quité a la zorra de encima, y de un salto cogí mi metralleta gadling que me compré en el mercado negro y empecé a pegar tiros como un loco. La verdad es que me encanta como suena!!!
El maldito animal, acostumbrado a que le disparasen, supo esquivar las balas y se me escapó por la ventana. Yo no podía contenerme, estaba cachondo, borracho y drogado, con una prostituta de lujo embarrada en mi salón y un arma de gran calibre en las manos. También estaba desnudo. Así que tras pegar un fuerte grito me puse la falda de la zorra y salté por la ventana con el arma para matar a ese gato cabrón. El hijo puta del gato me esperaba en el tejado, nada más verlo empecé a disparar de nuevo mientras lo insultaba. Se me volvió a escapar y le perdí el rastro. Corría en mini falda, prácticamente desnudo y armado por los tejados de Madrid muerto de frío cuando, al subirme a una chimenea para buscar al gato me caí dentro. Llegue a una casa. Me sentía como un tampón. Salí de la chimenea cubierto de hollín cuando vi que la casa era una enorme mansión de algún millonario, las luces estaban apagadas, tenían un bonito salón decorado con buen gusto y un enorme árbol de navidad lleno de regalos. Creía que no me había visto nadie, pero una chica de 18 años estaba sentada en el sofá masturbándose con el mango de un cuchillo y me había visto. Me quedé de piedra, solo se me ocurrió decir que era papá Noel y que como ya había regalos volvería más tarde a traer más. Pensé que se pondría histérica, a chillar y todo eso. Lo único que hizo fue acercarse a mí y decirme al oído que su padre era un importante juez y que si no quería acabar en la cárcel rodeado de maricas me la tendría que cepillar por lo menos cinco veces en ese mismo sofá antes de que saliera el sol. A mí la idea me gustó, la chica era guapísima y tenía un cuerpo de infarto, así que me la cepillé de mil maneras. Tuvo ocho orgasmos antes de que saliera el sol y tres más mientras su padre andaba por la casa preparando el café por la mañana. Por suerte no nos vio. Cuando ella se despistó un segundo para ir al baño, escalé la chimenea por dentro y volví a casa. Solo dejé como recuerdo la falda y el sofá manchado de negro. Antes de llegar a casa hice una paradita en un tejado para mearme sobre la gente que pasaba por la calle cuando un helicóptero de la policía me descubrió desnudo y meando sobre la gente desde el tejado. Yo eché a correr, ellos me seguían, para colmo todavía cargaba con la gadling y eso no les gustó nada. Se pusieron tan pesados que me obligaron a matarlos. El helicóptero se estrelló en la vía pública, murieron diez personas y se estrellaron veinte coches. Al llegar a casa la zorra ya no estaba, pero el gato hijo puta estaba cepillándose el cojín que me hizo mi madre con lana para mi decimosexto cumpleaños. Esta vez sí, disparé al gato y lo destripé ahí mismo. Ese día no me hizo falta comprar para cenar. Me comí al cabrón del gato como si fuera un conejo. Recordaré siempre ese día de navidad. La noche anterior había sido horrible, pero al día siguiente conseguí mi cometido. Llevaba tiempo ligoteando con varias cachondonas hambrientas de sexo. Una detrás de otra, como si fuera uno de esos médicos que van a domicilio, las visité a todas y me las cepillé. Ese es mi mayor récord, veinte polvos con veinte mujeres distintas en un mismo día y no solo eso, todas eran ricas y a todas les robé la tira de dinero, joyas, etc... Luego me retiré a mi hogar dulce hogar todavía en la actualidad, un lugar en el que nadie conoce mi pasado y a los que lo conocen tampoco se les ocurriría buscarme allí. Vivo feliz y contento en un castillo en una región perdida de Rumanía. Tengo mujer y quince hijos, cuatro amantes, cinco esclavos, dos caballos y dieciocho hectáreas de bosque para mí solo.
La vida es bella.
Espero que la vida os sonría y alcancéis vuestros objetivos siempre.
Hasta la próxima!!!
Alberto Hidalgo.
En el pasado, cuando escribía guiones, muchas veces se me ocurrían muchos gags, algunos de ellos sin demasiado sentido y que nada tenían que ver con lo que en aquel momento estaba escribiendo. Por no desperdiciar la inspiración lo apuntaba aparte y a veces, tomaba forma de historias cómicas sin demasiado sentido pero que me hacían reír.
Hoy os ofrezco una de esas historias escrita allá por 2005 o 2006. Espero que sea de vuestro agrado.
Bonita historia navideña:
Esto ocurrió durante el cambio de milenio. Por aquel entonces
vivía en Madrid, capital de España. En Madrid los inviernos son muy fríos, pero en casa y con la calefacción a tope ni te enteras. Me gustaba poner la calefacción a unos 40 ºc y cultivar mis propias verduras en el salón. Es un poco sucio ya que lo pringas todo con la tierra y el estiércol, pero cuando te acostumbras ya ni lo hueles ni te importa. Pues bien, era 24 de diciembre por la noche cuando me estaba cepillando entre las tomateras y el barro de mi salón a una prostituta de lujo, cuando entró por la ventana el gato del vecino otra vez. A ese maldito felino le gustaba escarbar entre mis plantas, cagar y mear entre ellas, cepillarse mis cojines y echarse la siesta en mi cama. Así que al verle me quité a la zorra de encima, y de un salto cogí mi metralleta gadling que me compré en el mercado negro y empecé a pegar tiros como un loco. La verdad es que me encanta como suena!!!
El maldito animal, acostumbrado a que le disparasen, supo esquivar las balas y se me escapó por la ventana. Yo no podía contenerme, estaba cachondo, borracho y drogado, con una prostituta de lujo embarrada en mi salón y un arma de gran calibre en las manos. También estaba desnudo. Así que tras pegar un fuerte grito me puse la falda de la zorra y salté por la ventana con el arma para matar a ese gato cabrón. El hijo puta del gato me esperaba en el tejado, nada más verlo empecé a disparar de nuevo mientras lo insultaba. Se me volvió a escapar y le perdí el rastro. Corría en mini falda, prácticamente desnudo y armado por los tejados de Madrid muerto de frío cuando, al subirme a una chimenea para buscar al gato me caí dentro. Llegue a una casa. Me sentía como un tampón. Salí de la chimenea cubierto de hollín cuando vi que la casa era una enorme mansión de algún millonario, las luces estaban apagadas, tenían un bonito salón decorado con buen gusto y un enorme árbol de navidad lleno de regalos. Creía que no me había visto nadie, pero una chica de 18 años estaba sentada en el sofá masturbándose con el mango de un cuchillo y me había visto. Me quedé de piedra, solo se me ocurrió decir que era papá Noel y que como ya había regalos volvería más tarde a traer más. Pensé que se pondría histérica, a chillar y todo eso. Lo único que hizo fue acercarse a mí y decirme al oído que su padre era un importante juez y que si no quería acabar en la cárcel rodeado de maricas me la tendría que cepillar por lo menos cinco veces en ese mismo sofá antes de que saliera el sol. A mí la idea me gustó, la chica era guapísima y tenía un cuerpo de infarto, así que me la cepillé de mil maneras. Tuvo ocho orgasmos antes de que saliera el sol y tres más mientras su padre andaba por la casa preparando el café por la mañana. Por suerte no nos vio. Cuando ella se despistó un segundo para ir al baño, escalé la chimenea por dentro y volví a casa. Solo dejé como recuerdo la falda y el sofá manchado de negro. Antes de llegar a casa hice una paradita en un tejado para mearme sobre la gente que pasaba por la calle cuando un helicóptero de la policía me descubrió desnudo y meando sobre la gente desde el tejado. Yo eché a correr, ellos me seguían, para colmo todavía cargaba con la gadling y eso no les gustó nada. Se pusieron tan pesados que me obligaron a matarlos. El helicóptero se estrelló en la vía pública, murieron diez personas y se estrellaron veinte coches. Al llegar a casa la zorra ya no estaba, pero el gato hijo puta estaba cepillándose el cojín que me hizo mi madre con lana para mi decimosexto cumpleaños. Esta vez sí, disparé al gato y lo destripé ahí mismo. Ese día no me hizo falta comprar para cenar. Me comí al cabrón del gato como si fuera un conejo. Recordaré siempre ese día de navidad. La noche anterior había sido horrible, pero al día siguiente conseguí mi cometido. Llevaba tiempo ligoteando con varias cachondonas hambrientas de sexo. Una detrás de otra, como si fuera uno de esos médicos que van a domicilio, las visité a todas y me las cepillé. Ese es mi mayor récord, veinte polvos con veinte mujeres distintas en un mismo día y no solo eso, todas eran ricas y a todas les robé la tira de dinero, joyas, etc... Luego me retiré a mi hogar dulce hogar todavía en la actualidad, un lugar en el que nadie conoce mi pasado y a los que lo conocen tampoco se les ocurriría buscarme allí. Vivo feliz y contento en un castillo en una región perdida de Rumanía. Tengo mujer y quince hijos, cuatro amantes, cinco esclavos, dos caballos y dieciocho hectáreas de bosque para mí solo.
La vida es bella.
Espero que la vida os sonría y alcancéis vuestros objetivos siempre.
Hasta la próxima!!!
Alberto Hidalgo.
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