Hola a todos.
Soy Alberto Hidalgo y os doy la bienvenida a mi blog.
En esta ocasión tengo el gusto de presentaros el nacimiento de mi logotipo, que es también mi escudo heráldico que heredarán mis descendientes: 金龍.
Para su elaboración trabajé durante varios meses y contraté los servicios de una empresa experta en logotipos para desarrollar mi idea de forma profesional.
Una vez desarrollado lo registré en patentes y marcas tanto en España como en China.
La idea de crear mi propia marca viene de muy lejos. Ya hace años intenté sin éxito registrar un logotipo. Pero en esta ocasión contaba con más experiencia y medios y no solo sería marca comercial sino que me representaría a mí y a mi linaje comenzando por Franco Lu, mi vástago.
Esta imagen comenzó a cobrar forma en mi mente en 2009, durante uno de mis primeros viajes a China.
La historia que a continuación os contaré la conoce muy poca gente. Es ahora con el desarrollo de mi marca personal que me decido a contarla y hacerla pública.
Viajando a lo mochilero por China, había caminado durante días desde Suzhou y me encontraba a orillas del Lago Tai. Era agosto y rondaría el mediodía. El calor era sofocante. Había mal dormido varias noches a la intemperie y estaba agotado y sudoroso. Decidí tomarme un respiro y acercarme a algún pueblo de la zona para comer algo y descansar. Caminé durante horas a orillas de carreteras secundarias y caminos de montaña hasta que llegué a Chong Shan Dao. El pueblo, típica y destartalada localidad rural de China de amables y humildes gentes que me recibieron con gentileza me recordó a una ciudad China del siglo XIX en ruinas. Casas viejas, casas derruídas, agujeros en las carreteras, había gente que seguía usando carros tirados por mulas. Según llegaba y me veían me sonreían. Una vez allí me alojé en un pequeño hotel que tenían para hospedar a viajeros, que en aquel lugar debían de ser pocos.
Comí en el "restaurante" del hotel, una tasca sucia y ruidosa donde se reunían los ancianos para jugar al mahjong, fumar y beber té. Un sitio realmente pintoresco. Comí un arroz con carne de dudoso origen y verduras. Bebí un té al estilo chino, calentito, con las hojas de este metidas en el vaso tal cual. Un vaso viejo como todo lo que allí había.
El lugar era increíble, a orillas de aquel descomunal lago, comiendo a la sombra en aquel destartalado local del hotel, en aquel pueblo de amables personas.
Durante la comida uno de los lugareños, el propietario del local, con una tremenda curiosidad por el extranjero recién llegado, posiblemente el primero que veía en mucho tiempo, comenzó a hacerme todo tipo de preguntas: ¿Quien era?, ¿Cómo me llamaba?, ¿De donde venía?, ¿Cuanto tiempo me quedaría en China?, cosas así.
Durante la conversación me contó que no muy lejos de allí había una pequeña isla dentro del lago llamada Man Shan. En realidad la isla se veía desde la orilla del lago. Allí, en el centro de esta se hallaba un templo budista del que se decía que "Si el viajero llegaba hasta él la fortuna le sonreiría".
La idea de visitar aquel templo en la isla me dejó pensativo.
No había barco para llegar hasta la ella por lo que aquel que quisiera llegar lo tendría que hacer a nado.
Horas más tarde, al anochecer, a solas en mi habitación, tumbado en la cama, no podía dejar de pensar en aquel templo de la isla.
¿Y si fuera cierto lo que decían?
Estaba muy cerca. Podía arriesgarme y nadar hasta esa isla y una vez allí visitar el templo. Como buen aventurero español, con la misma inquietud que llevó a mis antepasados descubrir y conquistar más de medio mundo tomé la determinación de "conquistar" aquella isla del lago.
A la mañana siguiente, poco tiempo después del amanecer me encontraba en la orilla del lago frente a la isla. Llevaba mi pantalón bañador y una camiseta. La llave de mi habitación la llevaba al cuello atada con un cordón. Todo lo demás lo dejaba en mi residencia provisional en aquel pueblo.
Me metí en el agua y eché a nadar. La primera impresión fue que estaba muy fría. La segunda que estaba algo sucia.
Nadé a medio gas, sin esforzarme demasiado durante más de treinta minutos posiblemente. No quería esforzarme demasiado porque después tenía que volver también a nado. Había que reservar fuerzas por si acaso. Una vez en el agua la distancia que separaba la isla de tierra firme me parecía mucho mayor. El agua era profunda como el mar. Perfectamente podría haber habido allí cualquier tipo de monstruo acuático. Aún así aquello no era algo que me preocupase demasiado.
Finalmente llegué a la isla.
Mojado y de barro hasta casi las rodillas por el fango que se acumulaba en el lecho cerca de la orilla caminé entre la maleza buscando un sendero. Finalmente encontré un camino de tierra que venía del otro lado de la isla y subía montaña arriba.
Anduve por el camino yendo con cuidado de no pincharme con ninguna piedra, ya que iba descalzo. Me sentía encantado. Disfrutando de la aventura.
Mojado entero, la camiseta se me pegaba al cuerpo.
Al rato llegué al templo. Este era pequeño, muy poca cosa. Yo me imaginaba algo mas similar a los templos de postal o al templo de Shaolin. Este era como un pequeño cuarto con tejadillo de esquinas arqueadas y dentro de este un altar con una imagen de buda. A sus pies había ofrendas.
Justo al lado había una pequeña choza de la cual, a través de una pequeña chimenea tubular que tenía sobresaliendo del tajado, salía un humo de color blanco.
Nada más llegar al lugar, de la choza salió un hombre. Este, de unos cincuenta años de edad llevaba su cabello cano rapado. Su piel curtida por el sol se mostraba tostada y ligeramente amarilla. La edad hacía surcos en su rostro. Vestía de manera tradicional. Sorprendido por ver a un extraño allí, en su rostro se podía leer indignación y enfado.
Le dije con todo mi respeto que venía al templo porque me habían dicho que si el viajero llegaba hasta él la fortuna le sonreiría. El hombre me dijo que había una leyenda que decía que hace miles de años un dragón habitaba las aguas de aquel lago y traía fortuna y prosperidad a los lugareños. Para agradecérselo estos construyeron el templo en aquella isla y a diario se acercaban en barca a hacer ofrendas. Con el tiempo, las guerras y el cambio de situación política los hombres fueron olvidando esta tradición. En aquel momento eran pocos los que recordaban esa historia.
Le di las gracias por la historia.
Me dijo que si quería la bendición del dragón tendría que luchar con él. El dragón dorado de aquel lago ascendía a los cielos y concedía su don a aquel que hiciera una ofrenda. Como yo no llevaba nada que ofrecer, esta debería de ser de sudor y sacrificio. Quizás incluso de sangre.
Vacilé por un momento. La idea me parecía descabellada.
En un pestañeo me propinó una patada lateral al costado que me hizo caer al suelo.
Sorprendido lo miraba desde el suelo masticando el polvo de aquel camino de tierra que me había llevado hasta el templo. Me puse en pie.
Realmente no quería pelear con él, pero sin saber muy bien como le lancé un puñetazo que le impactó en su arrugada cara. Cuando quise darme cuenta estábamos peleando.
Era un hombre muy fuerte y rápido. Golpeándome con la punta de los dedos de sus manos, que parecían garras, me destrozó la camiseta y me llenó el cuerpo de cortes. De una patada le rompí el labio y lo tiré al suelo.
Al rato cuando empezábamos a estar cansados él paró el combate.
No era cuestión de ver quien vencía a quien. Era como una especie de prueba.
Me dijo entonces que ya había sido suficiente. La ofrenda estaba hecha. Podía irme bendecido por el dragón del lago.
Regresé nadando hasta tierra firme tal y como llegué. A pesar de lo cansado que estaba el trayecto se me hizo más corto que a la ida. En el hotel, después de curar mis heridas me vino a la mente la imagen de un dragón dorado ascendente sobre una cruz aspada de borgoña teñida por la sangre de la ofrenda en el combate.
Fue así como nació mi emblema.
Fue así como se concebió la idea en mi mente de lo que ahora es 金龍.
Espero que os haya gustado mi historia.
Eso es todo por ahora.
Hasta la próxima!
Alberto Hidalgo.
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