ES FICCIÓN!
Hola a todos!
Soy Alberto Hidalgo y os doy la bienvenida a mi blog.
Para esta ocasión os tengo preparado otro relato erótico de la serie de ficción La zorra y el masoca.
Era una tarde otoñal. A pesar de eso el clima aún era cálido y las temperaturas suaves. La caída de la hoja había dado comienzo pero todavía quedaba mucho para que los árboles se despojaran de estas. Lo hacían tímidamente, con discreción.
La zorra y el masoca llegaron en coche a un hotel al norte de Madrid. Salieron del vehículo y cogieron sus cosas, tenían mucho trabajo que hacer. Llevaban bocadillos y bebidas. Iban al hotel a trabajar, aunque también aprovecharían para darse calor. Por lo menos aquel era el plan.
Se registraron en recepción y subieron a la habitación.
Una vez allí desplegaron todo su material. Colocaron el ordenador sobre el escritorio. Previamente, al hacer la reserva, habían encargado que pusieran una segunda silla para poder trabajar juntos. A pesar de eso, finalmente no llegaron a usarla.
Él tomó asiento frente al ordenador y ella se puso cómoda en el sofá. Hablaban y trabajaban conjuntamente. Forman un buen equipo ya que se complementan a la perfección. Cuando dos reman en la misma dirección, con el mismo objetivo, el resultado suele ser espectacular.
Recibieron varias llamadas telefónicas. Formaba parte de su trabajo, de su afición, de su pasión.
Siguieron trabajando, valorando ideas cuando ella se acercó a él. Este, sentado en la silla frente al escritorio, no pudo contenerse más y agarrándola de la cintura se la sentó encima de las rodillas. Ella se dejó hacer.
Entonces él comenzó a acariciarla y a besarla. Introdujo sus manos bajo la ropa de ella. Una mano subió al pecho, que agarrándolo comenzó a acariciarlo. Tenía los pezones duros. La otra mano bajó hasta la entrepierna y con los dedos comenzó a acariciarle el clítoris.
Tenía los labios inferiores húmedos.
Comenzaron a besarse.
Ella se desprendió de la parte de arriba. Él hizo lo propio como pudo.
Para cuando quisieron darse cuenta ya estaban desnudos en la cama.
Ella se tumbó boca arriba, esperándole, con su hermoso cabello castaño desparramado sobre la cama y la mirada fija en él. Esos bonitos ojos marrones se clavaban en los ojos de aquel hombre. Su hombre.
Para él, el cuerpo de ella se manifestaba como una obra de arte. Era preciosa. Su dulce rostro de ojos grandes, nariz pequeña y labios carnosos. Y que labios. Para él besarlos no solo era placentero, sino que resultaba ser una experiencia estremecedora. Sus brazos, sus bonitas piernas, aquellos turgentes muslos, sus pechos, su sexo.
Lentamente él, con su musculoso, firme y fino cuerpo depilado se acercó a ella y comenzó a lamerle los genitales. Sentía gran atracción por besar y lamer su sexo. Ella sentía gran placer, pero deseaba ser penetrada. Se lo pidió entre gemidos. Entonces él se colocó encima y mientras lamía y acariciaba sus pechos la penetró.
Entrar en ella suponía un placer descomunal. Una sensación agradable, cálida y reconfortante. Aquel era un lugar donde le gustaría pasar largas temporadas. No le importaría quedarse a vivir allí dentro.
Se besaban. Se amaban.
Primero la penetró con suavidad. Después con firmeza. Finalmente con fuerza y energía.
Retozaban el uno con el otro en un abrazo eterno. Se besaban. Sus lenguas acompasadas giraban la una con la otra. Ella le decía que hacerlo con él era un vicio. Él a ella le contestaba diciendo que era adicto a sus besos, a su cuerpo y a su sexo. Se deseaban y se amaban con gran pasión. Cambiaron de pose. Ahora era ella quien estaba encima. Para él era maravilloso poder verla, con su precioso cabello largo suelto corriendo a su libre albedrío. Sus pechos botaban rítmicamente al compas de sus caderas. Ella bajaba y se abrazaban. Se besaban.
Se puso a cuatro patas y él la penetró con agresividad. Le encantaba esa postura. A los dos les era de lo más placentera. Agarrándola con fuerza de los pechos, de las caderas, la penetró con agresividad hasta llevarla al orgasmo. Ella gritaba como loca mientras contraía todo su cuerpo. Para él resultaba maravilloso verla contraerse de esa manera.
Siguieron haciéndolo de manera más pausada por un tiempo.
Al rato siguieron con fuerza y fiereza. Ella despertaba en él un instinto salvaje que desconocía. Por lo menos a ese nivel jamás lo había sentido. Fue entonces, estando sobre ella, comiéndole los pechos y penetrándola al mismo tiempo, cuando él también alcanzó el orgasmo. Este fue potente, muy intenso. Cuando se corría con ella se sentía como si la vida se le escapara por un instante. Era un viaje al paraíso.
Empapados en sudor se metieron bajo las sábanas y abrazados descansaron durante un rato.
Pensaron en comer algo, pero después de poco más de una hora estaban cansados y acabaron medio dormidos.
De repente, del roce, del tacto, sus cuerpos reaccionaron y volvieron a empezar. Ella estaba cansada después de una dura jornada de trabajo que le había llevado todo el día, sumado a un entrenamiento físico en artes marciales. A él le pasaba algo parecido, pero el tenerla a su lado hacía que se le pasaran todos los males.
Lo hicieron durante un buen rato. Cambiaron de postura. Él de pie y ella tumbada en la cama boca arriba engulló su pene y le practicó una felación. Fue como si practicara el coito con su boca. Era espectacular.
Al rato siguieron en otra postura y acabaron agotados. Después de más de dos horas fornicando ya no sabían ni que hora era.
Habían empezado pasadas las nueve y ya era casi media noche. Agotados descansaron de nuevo abrazados.
Les hubiera gustado quedarse allí ya y pasar la noche. Pero ella tenía compromisos al día siguiente y tenía que madrugar.
Se lavaron y cenaron.
Al rato él la acompañó en coche para después regresar al hotel.
Volverían a encontrarse. Volverían a tener ese abrazo íntimo tan cálido.
Se volverían a amar una y otra vez...
Eso es todo por ahora.
Espero que haya sido de vuestro agrado.
Hasta la próxima!
Alberto Hidalgo.
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