domingo, 11 de octubre de 2015

Mi vida con Jana

ES FICCIÓN!


Hola a todos.
Hace algunos años, sobre 2005 o 2006 escribí un relato corto inspirado en una chica que conocí por aquella época. Fue así como nació la historia de Mi vida con Jana. Una mezcla de un personaje real y mi, en ocasiones, perversa imaginación.
Hoy he decidido mejorar la historia dándole un toque aún más bestia. Espero haber acertado y haber hecho un buen trabajo.
He aquí la nueva versión de la historia. Espero que sea de vuestro agrado.
De lo que estoy seguro es que si no la conocéis, por lo menos os sorprenderá.


Mi vida con Jana
Hace treinta años, cuando era nómada y todas esas mierdas que ahora dan por la tele no habían empezado, iba de noche por el desierto de una reserva natural del sur de España en mi
coche cuando de repente oí un ruido procedente del maletero. Todo parecía ir bien hasta el momento de oír aquel ruido. Había conseguido huir de la policía, tenía el dinero de aquel banco y mi compañero de fatigas había sido devorado por unos lobos en el zoo de Madrid, por lo que el botín era todo mío. Si conseguía sobrevivir a aquella noche sería rico. Llevaba dos horas perdido, zigzagueando entre dunas, posiblemente dando vueltas en círculo, muerto de sed y ese ruido me puso de lo más nervioso.
-¿Acaso se me había colado alguien en el maletero?- Pensé.
Si había alguien en el maletero llevaba horas ahí dentro. Posiblemente más de cinco horas.
No había parado para nada, además, los frenos estaban rotos, el freno de mano atascado y el pedal del acelerador hundido de tal modo que me obligaba a mantener el coche a 90 km/h por lo que detenerse suponía estrellar el coche contra algo. De todos modos en breve tocaría detenerse ya que se me acababa el combustible.
Finalmente llegué por casualidad a un pequeño oasis donde estrellé el coche contra una palmera. El vehículo acabó en siniestro total. Por suerte no me hice más que unos pequeños rasguños.
Al salir del coche descubrí que aquel oasis tenía un enorme lago con una cascada, estaba lleno de palmeras y habitado por búfalos que sorprendentemente no parecían haberse asustado con mi brusca llegada. Aquellos animales estaban en su época de celo lo que los volvía más peligrosos si cabe. Pasar la noche en aquel lugar suponía encerrarse en el coche y rezar para que aquellos bichos no se me acercaran demasiado.
No era mal lugar, estaba tranquilo y por ahí no pasaría nadie. A la mañana siguiente seguiría mi camino a pie y desaparecería para siempre. Pero antes tenía que mirar qué era aquel ruido del maletero. Si hubiera un policía escondido allí dentro estaría en un apuro. Con una llave inglesa en la mano rodeé el coche y me acerqué cuidadosamente al maletero. Lo abrí y rápidamente me aparté.
Al acercarme lentamente descubrí que no había ningún policía ahí dentro. Solo el cuerpo desnudo de una mujer boca abajo. Antes de que me diera tiempo a tocarla se dio la vuelta y me miró a los ojos. Era Jana Kratochvilova (Checa de ojos claros, cabello castaño, muy delgada, sin pechos y muy pálida). Estaba totalmente desnuda, húmeda y ninfómana tal y como la abandoné en el burdel la noche anterior.
A Jana la había conocido en un asqueroso antro de drogadictos en París donde, estando tremendamente drogado y borracho, me la tiré encima de un sofá. Ella dijo haberse enamorado de mí, pero la ignoré y tras marcharme del lugar no la volví a ver hasta meses después, la noche anterior al robo del banco.
Había ido a fornicar a un burdel famoso por sus chicas a las afueras de Madrid. Allí estaba Jana, que al parecer llevaba buscándome desde nuestro encuentro en París y estaba empeñada en hacerme suyo. Insistió tanto que acabé por volver a practicar el coito con ella. Su pálido cuerpo de sedosa piel temblaba agitado por el deseo. El hedor que producía de no haberse lavado en semanas era más fuerte que el de un animal de tiro. Aún así le metí toda la caña que pude, pero Jana era insaciable por lo que la golpeé en la cabeza con una botella de Jack Daniels y la dejé inconsciente. De este modo me pude ir fácilmente de la habitación sin pagarle el servicio.
Desgraciadamente para mí, al parecer no quedó inconsciente y mientras que yo salía de la habitación, bajaba las escaleras, me tomaba una última copa en el bar del burdel, cogía el coche y me marchaba del lugar, ella despertó, aturdida salió de la habitación por la ventana, bajó por una cañería de la fachada lateral del edificio y desnuda se encaminó hasta mi coche, el mismo que usaba en París, y manipulando la cerradura con un ganzúa abrió el maletero y se metió dentro.
A causa de cometer el error de no mirarlo todo bien antes del atraco al banco ahora tenía a Jana nuevamente frente a mí en medio de la nada.
No había lugar a donde huir. Me veía obligado a pasar la noche con ella.
Continuaba mirándome fijamente sin mediar palabra. Le aguanté la mirada y de repente en una fracción de segundo me saltó encima y con una fuerza sobrehumana me arrancó la ropa y me violó.
Su cuerpo seguía desprendiendo un fuerte olor, aún así la puse a cuatro patas y la penetré salvajemente.
Practicamos el coito con tanta fuerza que quedé inconsciente. Cuando desperté seguía siendo de noche, pero habían pasado varios días y Jana se había cepillado a todos los búfalos hasta reventarlos.
Al menos es lo que me dijo cuando le pregunté el motivo de por qué no podía cerrar las piernas y tenía la vulva morada e hinchada. Le hubiera venido bien un poco de hielo.
Jana se paseaba por aquel lugar totalmente desnuda sin ningún tipo de pudor.
Lo cierto es que los búfalos habían muerto. Estábamos solos en aquel oasis a kilómetros de cualquier otra persona, rodeados de arena por todas partes con toneladas de carne de búfalo para nosotros. Tras conversar unos minutos con ella, se masturbó restregando el chichi por mi pierna y después me ofreció un estofado de búfalo con ramas de palmera y salsa echa con agua de coco. Mientras estaba inconsciente aparte de matar a polvos a aquellos animales, había echo de ellos comida para un mes. Con los huesos hizo una cabaña que cubrió con las pieles de los animales. Según ella en el maletero del coche había un manual para hacer todo eso.
Tras la cena, mientras Jana se fumaba un porro con la droga que llevaba escondida en  una bolsita de plástico que llevaba metida en el culo, le dije que me tenía que ir, que lo sentía mucho pero no podía quedarme allí por más tiempo.
Ella divagaba con estupideces. La conversación empezó a tomar todo el aspecto de un dialogo de besugos. No paraba de decirme que quería vivir conmigo hasta la muerte y un montón de extrañas paranoias acerca unos extraterrestres que venían de una galaxia muy lejana a llevarse nuestro oro y a tirarse a unos monos muy feos, peludos y mal olientes.
Como veía que nuestra conversación no llegaba a nada le dije que teníamos que irnos, que aquel no era un lugar seguro, que podrían venir los marcianos y violarnos en cualquier momento.
Cometí un grave error al decirle eso.
Al oir aquello se le encendieron los mofletes y su rostro pálido se tornó rosado, sus pezones se endurecieron hasta el punto de poder cortar el diamante, me saltó encima y volvimos a tener sexo salvaje hasta volver a caer inconsciente. Justo antes de desmallarme tuve la certeza de que era verdad que había matado a polvos a los búfalos. Jana no mentía. Después se volvió a hacer la oscuridad y me desvanecí.
Al despertar era de día, estaba atado a una palmera, tenía migraña y el coche con todo lo que llevaba dentro estaba calcinado.
Al parecer después de dejarme inconsciente Jana había hecho una enorme hoguera con el coche, con la esperanza de que los extraterrestres vieran la señal y bajaran de los cielos a fornicar con ella.
Atado a la palmera me dio de comer. Esta vez la carne de búfalo tenía un sabor extraño.
Al parecer Jana también llevaba metido en el culo una potente droga afrodisíaca que había mezclado con la comida. Conseguí soltarme de mis ataduras, pero una vez la droga hizo efecto ya no tenía escapatoria. Necesitaba estrujar a Jana y descargar toda la furia que llevaba entre las piernas en ella. Fue entonces cuando me di cuenta de la gran belleza de aquel lugar.
Desde aquel instante vivimos un tórrido romance como el de la historia de El lago azul durante un mes. Ya todo me daba igual, pasábamos todo el día haciendo el yambo mambo a todas horas. El deseo y la lujuria descontrolada dominaban mis actos y me impedían pensar en nada más.
Me tiré a Jana a más no poder. Una vez acabados nuestros fluidos habituales, sangrábamos ambos por los genitales y nuestras sangres se mezclaban en los actos lujuriosos más salvajes y depravados. Me había unido carnalmente a una mujer a la que no quería ni ver. Era espantoso. Era inevitable.
Pasado un mes, en un descuido de Jana, y una vez recuperé la consciencia me escapé corriendo de allí.
El plan era salir millonario de aquel lugar y por el contrario escapé un mes más tarde de lo planeado, desnudo y desamparado.
Pasé penurias y tuve que realizar un gran esfuerzo para superar en todos los sentidos lo que aquel oasis y Jana habían supuesto en mi vida. Finalmente conseguí olvidarme del tema.
Por un momento pensé que jamás tendría que volver a verla.
Cinco años después, cuando ya ni me acordaba del tema yo había rehecho mi vida.
Supuestamente me había pasado a la religión musulmana y estaba casado con 18 mujeres, aunque todo eso no era más que una tapadera para mi negocio de prostitución que había montado en un piso en la costa azul al sur de Francia. En realidad vivía en un chalé a las afueras junto al mar desde el que controlaba mi negocio, rodeado de sirvientas japonesas que trabajaban en ropa interior todo el día y sin ropa toda la noche deseosas de complacerme en todo lo que quisiera.
Fue un buen día, cuando de repente vi llegar una limusina rosa. De la limusina salió Jana, más fea, gorda y vieja que antes con cinco niños mellizos de cinco años tan feos como ella.
Cometí el error de dejarla pasar a casa y me explicó que en el oasis la dejé embarazada sin querer de quintillizos y la muy guarra venía a hacerme responsable de aquello y a convertir mi vida un infierno.
Venía acompañada por unos mafiosos de su país a los que les había hecho algún favor en el pasado y por ese motivo estaban allí con la intención de ver cumplida la voluntad de Jana y así no tener que deberle nada a un ser tan horrible.
Traía consigo un documento de un bufete de abogados de Praga que constaba de más de quinientas hojas en el que se me obligaba a dejar de ser musulmán, abandonar mi dinero, mis japonesas, mi vida y vivir con Jana y mis hijos el resto de mis días.
Yo le dije que no y algo me golpeó en la cabeza. Al despertar me encontraba tumbado en el sofá del enorme salón de mi chalé. Tenía la cara cubierta de un fluido pringoso y mal oliente y montones de pelos púbicos castaños pegados por todo el rostro, incluso dentro de la boca. Algo me decía que Jana se me había sentado en la cara.
Miré a mi alrededor y los mafiosos robaban lo que podían y se llevaban a mis japonesas mientras que aquellos niños mordían los muebles y arañaban las puertas. Jana, que se masturbaba con un candelabro de plata, al verme recuperar la consciencia me miró con una sonrisa complaciente.
No sé como pero me había hecho firmar aquel documento conforme contraía matrimonio con ella y me iba a vivir a su lado y al de nuestros hijos (cinco chicos llamados: Jana 1, Jana 2, Jana 3, Jana 4 y Jana 5) a Praga.
Me contó que el día que tuvo que registrar a los niños en el registro civil de Praga, estaba tan drogada que no conseguía recordar ningún otro nombre y como el juez encargado del caso se negó a registrar a las criaturas como: Joder, Mierda, Puta, Hostia y Roña, aceptó de mejor grado asignarles a todos el mismo nombre de su madre seguido de un número para diferenciarlos.
Tuve que dejar el sur de Francia, cerrar el prostíbulo y vender mi chalé. El dinero se lo quedó el estado en concepto de impuestos atrasados.
Acabé en una asquerosa chabola bajo un puente a las afueras de Praga.
Volvía a ser pobre, muy pobre, esta vez junto a Jana y los cinco críos que lo único que sabían hacer era gritar, violar animales, tirarle los tejos a todas las chicas checas pechugonas, robar en el colegio y decir palabrotas. Jana siempre decía que habían salido a mí. Para soportar aquella situación me bebía al día toda la cerveza necesaria como para estar ebrio la jornada entera.
Anestesia contra el dolor, como solía decir yo en aquella época.
Pasaron los años. Cada año era un poco peor que el anterior. Lo único positivo es que siempre y cuando Jana y yo no volviéramos a poner una bomba en el centro de la ciudad la policía hacía siempre la vista gorda con nosotros.
Y es que a los dos años de estar en Praga asaltamos un furgón blindado con una bomba lapa en el centro de la ciudad. Salió mal y la policía nos encerró en la cárcel. Jana y yo fuimos a parar a la misma cárcel, ya que era tan fea, gorda y bruta que la confundieron con un hombre, y a los cuatro días de estar entre rejas nos soltaron debido a la enorme cantidad de suicidios que se produjeron aquellos días en prisión. Eso sí, nos hicieron jurar que no pondríamos más bombas.
Quince años más tarde, por extraño que parezca, le acabé cogiendo cariño a aquella asquerosa y desagradable forma de vivir. Como suelen decir, cuando te haces viejo chocheas y mis neuronas parecían estar patinando a los cincuenta años.
Me gustaba mi chabola bajo el puente de las afueras de Praga. Aprendí a hablar Checo con acento español. Teníamos un enorme y lanudo perro negro al que me pasaba el día dando voces.
Jana y yo echábamos una media de cinco polvos diarios en cualquier sitio de la chabola y las inmediaciones de esta. Mis hijos siempre venían cargados de dinero ya que se les daba bien robarle a los turistas del centro de la ciudad. Vivíamos sin comodidad pero con lujos y aunque cuando llovía se nos inundaba la chabola por las goteras, defecábamos en el campo y no teníamos agua caliente, teníamos televisión por cable, pantalla plana curva de 60', IPhone, Mac y conducía un BMW.
Teníamos el monopolio de carteristas en el centro de la ciudad, también teníamos prioridad a la hora de asaltar furgones y camiones de supermercado para hacer la compra.
Jana asaltaba con los niños las tiendas de ropa por la noche en tiempos de rebajas. A Nuestro perro lo solíamos meter en las fosas sépticas y en las alcantarillas, luego lo atábamos delante de la chabola y debido al mal olor, ni las ratas se atrevían a acercarse.
Acostumbrados, a nosotros ya nos gustaba el mal olor del animal. A mí me gustaba tanto que hasta me frotaba contra él cuando estaba más sucio. A Jana eso la excitaba. Finalmente vivimos un montón de años felices. Mis hijos eran una maravilla, eran tan listos que les dieron el graduado en el instituto tan solo para que no volvieran nunca más.
A Jana cada día la encontraba más sexy, aunque nadie aparte de mí se atrevía a acercarse a ella.
Su aspecto, el de un camionero gordo y maricón que no se lavaba en años, solía poner la piel de gallina a todo aquel que la veía o la olía.
Mis hijos se echaron novia. Jana 1 salió con una anciana de ochenta años hasta que esta murió. Jana 2 se casó con una chica de su edad que sufría de esquizofrenia paranoide con crisis narcisistas con la que tuvo siete hijos. Jana 3 tras varios años de noviazgo lo casamos en la chabola con una obeja. Jana 4 salía con una gitana rumana cleptómana y drogadicta y Jana 5 estaba enamorado de sí mismo por lo que se pasaba gran parte del día masturbándose delante de un espejo.
Desgraciadamente nada es para siempre.
Un día uno de mis hijos robó lotería y nos tocaron 40.000.000 €. A las semanas de aquello otro de nuestros hijos participó en un concurso de la tele y ganó un fabuloso chalé en la costa sur de España. Las autoridades Checas junto al ejercito nos obligaron a marcharnos a vivir a España abandonando así nuestro amado hogar. Pero antes tuvimos que lavar y esquilar al perro. Se me saltaban las lágrimas cuando el peluquero en cuestión, vestido con traje NBQ, arrancaba las costras de roña del cabello de nuestro querido animal y luego cortaba sus lanas indiscriminadamente.
Incluso el alcalde de Praga tuvo en una rueda de prensa unas palabras para nosotros: "Con la partida de la mayor escoria de nuestra sociedad libramos a Praga de un cáncer que nos corrompía desde hacía años".
Ahora que han pasado los años, tengo que vivir en un chalé a todo lujo, con criadas japonesas y mayordomo filipino.
Mis hijos se han independizado y se han construido sus propios chalés en nuestro terrenito de 4.000 hectáreas. Jana fue a una clínica de estética y la dejaron mejor que el primer día que la vi. Ahora no solo tiene unos buenos pechos que agarrar, sino que entre liposucciones y ejercicio vuelve a tener la cinturita de una jovencita de veinte años.
Y yo he dejado la bebida y me he hecho culturista. Jamás antes había tenido unos músculos tan grandes y bien formados.
Jana y yo seguimos echando una media de cinco polvos diarios y pensamos en tener otro hijo. Ahora es cuando realmente nos amamos de verdad. Supongo que después de tantos años tragando la mierda, la mierda acaba gustándote.
Nos consideran de la Jet Set del sur de España, incluso hay ricos que nos invitan a sus fiestas, pero yo siento añoranza de aquellos felices años que pasamos en nuestra chabola bajo aquel puente de las afueras de Praga.
Supongo que no siempre lo que uno considera lo mejor para él es tal y como uno se imagina. Las mejores cosas vienen en ocasiones de lo peor o de aquello que uno no se espera. La vida está llena de sorpresas y nunca se sabe qué es lo que puede pasar o dónde uno va a terminar. Supongo que si después de todo se es feliz, se acabe donde se acabe, el resultado es una auténtica victoria.

Espero que haya sido de vuestro agrado. Supongo que por lo menos os habréis reído.
Os deseo lo mejor.
Hasta la próxima!!!

Alberto Hidalgo.

 

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