sábado, 9 de marzo de 2024

Un día agradable

 

ES FICCIÓN!


Hola a todos, soy Alberto Hidalgo y os doy la bienvenida a este mi blog.

En esta ocasión os voy a contar un bonito encuentro. Un encuentro especial.

Hacía mucho que no la veía. Nuestra relación ya forma parte casi de otra vida. 
Casualidades del destino la trajeron a no muy lejos de donde yo vivo. 
Me escribió y yo la contesté. Al día siguiente ella vino a mi barrio y la fui a buscar.
Era una mañana fría de invierno. Pero hacía un bonito sol y el cielo estaba despejado. Anduve entre los olivos que habían junto a la zona de aparcamiento donde habíamos quedado.



Y ahí estaba ella, preciosa como siempre, con su cabello castaño recogido en coleta, vestida impecablemente y la sonrisa que en su momento me había hecho vibrar de alegría y de amor. 
El tiempo había marcado surcos en su rostro, levemente, pero ya había dejado su marca como si tratara de decir sin palabras que ya no era esa veinteañera que en su día conocí y amé.
Nos saludamos con dos besos y un abrazo como pocos. Su perfume era distinto al que usaba en tiempo atrás. 
La miré a los ojos y ella me devolvió la mirada. En ellos encontré a la misma de siempre. Por un momento me sentí de nuevo en aquel instante lejano en el que ella era lo más importante para mí.
Caminamos mientras conversábamos hasta una bonita cafetería. Allí tomamos un tentempié y entre risas y recuerdos pasaron más de dos horas. 
Nos sentíamos muy a gusto juntos. Éramos felices, como en su día fuimos. 
Le dije de ir a comer a un buen restaurante de la zona. Pero ella no quería. 
Me agarró de la mano, me miró a los ojos y me dijo que quería ver dónde vivía. Quería revivir por un momento aquello que tuvimos y no supimos conservar. 
Pagué la cuenta y cogidos de la mano, como antaño, caminamos por la calle y subimos a mi casa.
Una vez dentro le enseñé el piso. Dejó su chaquetón, guantes, gorro y bolso sobre el sofá. 
Le ofrecí algo de beber. Me pidió vino. 
Por suerte tenía una vieja botella de Merlot francés. 
Brindamos por nosotros y tomamos vino. 
Ella me había contado que en aquel momento no estaba soltera, pensaba casarse con su novio y tener hijos. A sus más de cuarenta años temía quedarse sin descendencia si seguía esperando. A pesar de eso, se sentía incapaz de amar a aquel hombre con el que iba a contraer matrimonio. Simplemente era la mejor opción para formar una familia. Sentía gran afecto por él y al parecer es una buena persona, pero no la hacía vibrar de placer. 
Ese al parecer era uno de los motivos por los que se encontraba ahí conmigo. 
Guardaba gratos recuerdos de nuestra intimidad cuando estuvimos juntos. Quería revivirlo una última vez antes de casarse. 
Por un momento estuve a punto de decirle que no me interesaba su propuesta. Pero en realidad yo también la deseaba y deseaba volver a poseerla como en su día hice. 
Brindamos y bebimos alegremente. Pusimos música y bailamos abrazados con las copas de vino en la mano. 
Poco a poco nuestras manos comenzaron un reconocimiento del terreno. El uno del otro. Cuando quisimos darnos cuenta nos estábamos besando. 
Dejamos las copas de vino y suavemente nos sumergimos en una espiral de besos y de caricias. 
Caminamos hasta el dormitorio y ahí nos desnudamos el uno al otro. 
Su figura ya no era la de aquella veinteañera prieta. Aún así seguía siendo delgada y atractiva.
Su piel de un bronceado natural, sus pechos firmes y bien puestos, aunque mucho más decaídos que en tiempos pasados, su cintura estrecha, sus caderas bien formadas, su culito redondo y su pubis rasurado. 
En la ingle izquierda un pequeño tatuaje de un hada madrina señalando a los genitales con una varita mágica y escrito en inglés justo debajo "camino al paraíso".
Le pedí que se tumbara en la cama. Se colocó boca arriba, con la cabeza colgando fuera. Me acerqué y se metió mi miembro en la boca y comenzó a chuparlo como si fuera un helado. Aquello me produjo un gran placer. 
Me incliné y lamí su sexo, que empapado, esperaba mi llegada. Disfrutamos el uno del otro hasta que de repente se sacó mi pene de su boca y contrayendo el vientre tuvo un orgasmo monumental. 
De sus genitales brotaba agua en abundancia. Me puso empapado. Fue un placer.
Me lavé la cara y volvimos a la carga. 
La penetré con dulzura y delicadeza. Copulamos. Primero despacio y progresivamente fuimos a más.
Poco a poco fui recordando momentos de pasión con ella. 
Le lamía los pechos, se los comía, mientras la penetraba cada vez con más intensidad. 
Ella lo hacía muy bien. Se nos daba muy bien a los dos. Juntos.
Adoptamos varias posturas a lo largo de más de una hora de coito.
Ella, después de cuatro orgasmos empezaba a estar cansada. 
Sentados frente a frente, sentada ella sobre mí, apoyando los brazos en la cama mientras la agarraba del trasero comencé a penetrarla lo más duro que pude. 
Sus pechos botaban al ritmo de mis embestidas. Gemía. Sudábamos. Nos besábamos. Seguíamos.
Ella sabía que en esa posición duraría poco. Aún así fui capaz de aguantar el tirón concentrado un cuarto de hora más. Estábamos los dos exhaustos cuando finalmente conseguí llegar al  orgasmo. 
Un orgasmo como pocos en el que sentí mi alma salirse del cuerpo. Era como si me desprendiera de mí algo vital, como si en el esperma que salía disparado de mi cuerpo saliera con él parte de mi esencia vital. En cierto modo así era.
Eyaculé dentro de ella sin protección alguna ya que ella me había asegurado llevar un control anticonceptivo que le permitía hacerlo sin necesidad de gomas. 
De todos modos, me dijo, en el caso de que se quedara embarazada de mí tampoco me lo tendría en cuenta y le diría al hombre con el que pensaba casarse que el niño era suyo.
Aquello definitivamente me tranquilizó hasta el punto de no importarme eyacular dentro de su cuerpo. 
Lo cual me llevó a tener una de las experiencias sexuales más satisfactorias de mi vida. 
Después de aquello nos tumbamos en la cama abrazados. Satisfechos. Felices. 
Dijo que jamás me olvidaría. Que siempre estaría en su corazón. 
En mi mente brotaban las mismas palabras que con una mirada le transmití. 
Ella sonrió y abrazados nos dormimos un rato.
Después nos dimos una ducha bien caliente, nos vestimos y salimos a comer algo por ahí.
Invitó ella. Dijo que después de lo que le había dado le dolía hasta el andar, pero que había valido la pena, por lo tanto pagaba ella. Me pareció un buen argumento y no insistí.
Después la acompañé al coche cogidos de la mano.
Delante del vehículo que la había traído hasta mí nos dimos un último beso. Esta vez sí, último de verdad. 
Seguiríamos siendo amigos para siempre, pero nuestra pasión moría ahí, en ese último beso carnal. Beso tan intenso que incluso tuve una erección ahí mismo. 
Ella se dio cuenta y me miró la entrepierna con felicidad. Dijo que en otras condiciones sin pensárselo ahí mismo me hubiera aliviado. 
Siempre guardaré gran cariño por ella. Siempre se lo tuve, incluso con el paso de los años, siempre, ella y yo habíamos mantenido una conexión especial a pesar de haber roto. 
Se montó en su coche y se alejó de mí para siempre. 
Feliz la vi irse hacia su destino. Nos volveríamos a ver como amigos. Pero esa última vez quedaba en nuestros corazones, el de ella y el mío.

Eso es todo por ahora queridos amigos. 

Espero que esta entrada haya sido de vuestro agrado. 

Nos vemos en la próxima!

Hasta pronto!

Alberto Hidalgo.


 

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