ES FICCIÓN!
Hola a todos, soy Alberto Hidalgo y os doy la bienvenida una vez más a este mi blog.
Esto me ocurrió recientemente. La conocía desde hacía poco pero habíamos congeniado muy bien. Ella me parecía una chica maravillosa, y hasta que se demuestre lo contrario lo será.
Metro sesenta y uno de estatura, castaña con el cabello teñido, unos bonitos y grandes ojos de un marrón verdoso muy vivo. Ojos tremendamente expresivos. Nariz aguileña y unos bonitos y carnosos labios.
Facciones alargadas propias de una mujer caucásica que contaba con poco más de un cuarto de siglo sobre la faz de la tierra.
Su piel era blanca y fina, agradable al tacto.
Llevaba dos pendientes en la nariz. En cada oreja tenía agujeros para dos más y un último en el ombligo.
Aquel día habíamos quedado a media mañana y fue entonces cuando pasé a recogerla en su casa y de allí nos fuimos a un gimnasio.
El día fue redondo. Entrenamos artes marciales por la mañana y después nos fuimos a comer a un centro comercial.
A mediodía tomamos un café y charlando de nuestras cosas llegó la tarde.
Rondarían las seis o las siete cuando decidimos ir a un hotel.
Ella estaba cansada. Llevábamos todo el día de un lado para otro y el cansancio se hacía notar, así que al verla reposar su cabeza sobre los brazos en la mesa de la cafetería le propuse ir a un hotel.
Me sentía raro con mi proposición, las palabras salieron de mi boca sin pensar. Supongo que la deseaba lo suficiente como para plantearme ir a un hotel con ella.
Desde luego que la deseaba. Era una mujer atractiva y bonita, con una sonrisa agradable. Su compañía era grata y lo pasábamos bien juntos.
En días anteriores había percibido por su parte el sutil flirteo propio de una mujer interesada en mí que trata de disimular.
Por el contrario, desde el primer momento yo le dije que me gustaba. La sinceridad ante todo.
El día anterior me dijo que había tenido un sueño sexual conmigo y durante todo el día pude notar su interés por mí. El interés era mutuo.
Así que nos acabamos el café y cogimos el coche hasta un hotel que se encontraba a seis minutos del centro comercial.
Antes de salir hacia el hotel yo le dije que no tenía por qué pasar nada, que sólo ocurriría lo que ella quisiera y que fuera como fuese lo pasaríamos bien.
A pesar de que era más que obvio de lo que iba a pasar, los dos nos sentimos más cómodos de este modo.
Llegamos al hotel, nos registramos en recepción y cogí la llave.
Una vez en la habitación nos sentamos en la cama uno al lado del otro y nos pusimos a conversar.
Hablamos de muchas cosas. Me contó el número de tatuajes que tenía en el cuerpo y dónde estaban. Su preciosa piel blanca tenía tatuajes en las extremidades y alguno también en el tronco y en el cuello.
Su preciosa piel se iba descubriendo ante mis ojos, como un delicado lienzo escrito por la mano del hombre en forma de pinturas que reflejaban su delicadeza y sensibilidad.
Se tumbó sobre la cama boca abajo y me pidió que le diera un masaje.
Sentía su nerviosismo. Estaba ansiosa, lo deseaba, me deseaba.
Puse mis manos sobre su cuerpo y comencé a masajearla.
Hacía calor en la habitación. Era invierno pero teníamos puesta la calefacción al máximo.
Mientras la masajeaba conversábamos agradablemente.
Entonces se quitó la camiseta. A los pocos minutos me pidió que le quitara los pantalones.
Se los quité y también los calcetines.
Yo también me fui desvistiendo.
Nuestros cuerpos se iban mostrando en su totalidad.
Ella en tanga y sujetador, y yo todavía con los pantalones puestos.
El masaje se fue volviendo cada vez más erótico. Llegado a un punto le quité el tanga, abrí sus piernas y acariciando cada centímetro de su piel me acerqué hasta su vagina y comencé a lamerla con cariño y suavidad.
Ella comenzó a gemir. De repente ya le sobraba todo y se quitó el sujetador.
Desde atrás, a los pies de la cama yo también me desprendí de las últimas piezas de ropa que llevaba puestas.
Mi miembro viril quedaba al descubierto como una torre orgullosa erguida mirando al cielo.
Un obelisco de carne y sangre de color púrpura deseoso de entrar en acción.
Me acerqué a ella y suavemente descansé mi musculado cuerpo sobre el suyo.
A ella le entró la risa. Lo deseaba pero sentía el nerviosismo de la primera vez entre nosotros. Yo la tranquilicé. Me tumbé junto a ella, abrazándola, la miré a los ojos y le hablé desde el corazón.
Nos besamos. Se sintió mucho mejor y se tumbó boca arriba.
Fue entonces cuando besé sus labios, su cuello y su pecho.
Lamí y acaricié sus hermosos pechos. Unos pechos que parecían desafiar las leyes de la gravedad.
Tenía un precioso pecho levantado, erguido, como a muchas mujeres les gustaría tener.
Seguí mi camino y lamí su vientre y después devoré su sexo.
Primero desde el cariño, suavemente, haciéndola sentir bien. después desde la lujuria hasta que tuvo su primer orgasmo.
Fue entonces cuando me incorporé y la penetré.
Puse mis manos sobre su cuerpo y comencé a masajearla.
Hacía calor en la habitación. Era invierno pero teníamos puesta la calefacción al máximo.
Mientras la masajeaba conversábamos agradablemente.
Entonces se quitó la camiseta. A los pocos minutos me pidió que le quitara los pantalones.
Se los quité y también los calcetines.
Yo también me fui desvistiendo.
Nuestros cuerpos se iban mostrando en su totalidad.
Ella en tanga y sujetador, y yo todavía con los pantalones puestos.
El masaje se fue volviendo cada vez más erótico. Llegado a un punto le quité el tanga, abrí sus piernas y acariciando cada centímetro de su piel me acerqué hasta su vagina y comencé a lamerla con cariño y suavidad.
Ella comenzó a gemir. De repente ya le sobraba todo y se quitó el sujetador.
Desde atrás, a los pies de la cama yo también me desprendí de las últimas piezas de ropa que llevaba puestas.
Mi miembro viril quedaba al descubierto como una torre orgullosa erguida mirando al cielo.
Un obelisco de carne y sangre de color púrpura deseoso de entrar en acción.
Me acerqué a ella y suavemente descansé mi musculado cuerpo sobre el suyo.
A ella le entró la risa. Lo deseaba pero sentía el nerviosismo de la primera vez entre nosotros. Yo la tranquilicé. Me tumbé junto a ella, abrazándola, la miré a los ojos y le hablé desde el corazón.
Nos besamos. Se sintió mucho mejor y se tumbó boca arriba.
Fue entonces cuando besé sus labios, su cuello y su pecho.
Lamí y acaricié sus hermosos pechos. Unos pechos que parecían desafiar las leyes de la gravedad.
Tenía un precioso pecho levantado, erguido, como a muchas mujeres les gustaría tener.
Seguí mi camino y lamí su vientre y después devoré su sexo.
Primero desde el cariño, suavemente, haciéndola sentir bien. después desde la lujuria hasta que tuvo su primer orgasmo.
Fue entonces cuando me incorporé y la penetré.
De igual modo comencé desde el cariño, haciéndola sentirse bien. Poco a poco fui incrementando la fuerza y la velocidad hasta hacerla estremecer.
La cama crujía y rebotaba contra la pared al ritmo de mis embistes.
Lo hicimos en diferente posturas. Ella gemía como una loca. Yo la besaba y la lamía al tiempo que la penetraba con pasión.
En un momento dado me tumbé boca arriba y me practicó una felación deliciosa.
Quería que me corriera. Ella ya había tenido más de cuatro orgasmos y yo todavía no había terminado.
Tiré de sus brazos y la traje hasta mí.
La besé y la volví a penetrar.
Lo hicimos con fuerza y pasión.
Como me estaba costando terminar se puso a cuatro patas y de este modo le di duro desde atrás.
En un momento dado paramos y vimos que tenía la vulva inflamada. Quizás le había dado con demasiada energía, así que nos detuvimos y descansamos un rato. Las piernas de ella temblaban como flanes.
Me confesó llevar tiempo sin hacerlo y también debido a la falta de ejercicio, como resultado la dejé fuera de combate.
Con cariño y ternura conversamos un buen rato mientras la acariciaba y la besaba.
Después nos dimos una ducha juntos, nos besamos y abrazamos desde el cariño y el afecto.
Sus ojos se clavaban en los míos. Una mirada dulce y tierna de admiración y cariño. Una mirada que yo le devolví con mucho gusto.
Después de nuestra sesión de cama nos vestimos y fuimos a cenar algo.
La acompañé hasta su casa y nos despedimos.
Volveríamos a vernos. Volveríamos a pasar tiempo juntos.
Volvería a disfrutar de su compañía.
La cama crujía y rebotaba contra la pared al ritmo de mis embistes.
Lo hicimos en diferente posturas. Ella gemía como una loca. Yo la besaba y la lamía al tiempo que la penetraba con pasión.
En un momento dado me tumbé boca arriba y me practicó una felación deliciosa.
Quería que me corriera. Ella ya había tenido más de cuatro orgasmos y yo todavía no había terminado.
Tiré de sus brazos y la traje hasta mí.
La besé y la volví a penetrar.
Lo hicimos con fuerza y pasión.
Como me estaba costando terminar se puso a cuatro patas y de este modo le di duro desde atrás.
En un momento dado paramos y vimos que tenía la vulva inflamada. Quizás le había dado con demasiada energía, así que nos detuvimos y descansamos un rato. Las piernas de ella temblaban como flanes.
Me confesó llevar tiempo sin hacerlo y también debido a la falta de ejercicio, como resultado la dejé fuera de combate.
Con cariño y ternura conversamos un buen rato mientras la acariciaba y la besaba.
Después nos dimos una ducha juntos, nos besamos y abrazamos desde el cariño y el afecto.
Sus ojos se clavaban en los míos. Una mirada dulce y tierna de admiración y cariño. Una mirada que yo le devolví con mucho gusto.
Después de nuestra sesión de cama nos vestimos y fuimos a cenar algo.
La acompañé hasta su casa y nos despedimos.
Volveríamos a vernos. Volveríamos a pasar tiempo juntos.
Volvería a disfrutar de su compañía.
Con dulzura y equilibrio, al despedirme de ella aquel día, nos dijimos de corazón aquella frase de CASABLANCA: Este puede ser el comienzo de una bonita relación.
Eso es todo por ahora queridos amigos.
Espero que esta historia haya sido de vuestro agrado.
Hasta la próxima!
Alberto Hidalgo.
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