jueves, 1 de febrero de 2024

Una vida junto a tí

ES FICCIÓN!


 Hola a todos.

Soy Alberto Hidalgo y os doy la bienvenida a este mi blog.

25 de Enero del 2003, miércoles.
Salí del trabajo un poco antes. Me habían llamado del colegio de mi hijo y tan solo me habían dicho que tenían algo importante que decirme. Como siempre ha sido muy problemático me esperaba lo peor.
Por otro lado, mi novia no se encontraba nada bien, tenía fuertes


dolores de cabeza y un estrés por las nubes. Me pidió que en cuanto pudiera me acercara por su casa. Vivía con sus padres y quería que le devolviera una serie de cosas que tenía en mi coche y que por descuido se había olvidado, entre otras sus gafas de ver.  
Había sido un día extraño, poco usual. Desde el comienzo todo parecía girar en torno a la idea del cambio. Algo venía de frente y no sabía el qué.
Desde mi coche, a medida que avanzaba hacia el colegio de mi hijo, unas oscuras nubes de tormenta cubrieron el cielo.
De repente un rayo cayó en mi paso partiendo un árbol en dos como si fuera mantequilla. 
Debido estruendo y la luz producida por el rayo por poco tengo un accidente, pero supe controlar el coche. El cielo tomó un tono verdoso. Las nubes eran de otro color. Un cambio sutil pero que me hacía creer que algo ocurría. 
Como si me encontrara en otra dimensión.
Mirando por el retrovisor me di cuenta que el árbol partido por el rayo estaba ardiendo y esta llama también tenía un extraño color verdoso. 
Como tenía prisa no presté mucha más atención y seguí adelante.
Aparqué el coche en frente de la escuela y llamé al timbre. 
Me abrieron la puerta y me hicieron pasar al despacho de la directora. 
Creía saber lo que había ocurrido. 
La directora se presentó frente a mí. Ella también estaba cambiada. Normalmente esta, una cuarentona delgada, solía vestir bastante desaliñada y de manera vulgar. Pero aquel día llevaba un elegante vestido marrón con americana y blusa blanca y su cabello iba recogido en una perfecta coleta. Llevaba gafas de pasta negra que la hacían parecer más intelectual y olía a perfume caro.
Llevaba mocasines de mujer a juego con el vestido y sujetaba junto a su pecho una carpeta. 
Me hizo sentar frente a su escritorio. Ella también tomó asiento.
Me dijo que quería felicitarme, que hoy iban a premiar a mi hijo no solo por su conducta ejemplar, sino por haber sacado matrícula de honor en todas las asignaturas. 
Por un momento pensé que aquello no era más que un sueño, no me lo podía creer. 
Ella, desde la alegría y la firmeza me aseguró sentirse muy orgullosa de él y que a causa de que iba a cambiar de colegio y les daba mucha pena, le estaban celebrando una fiesta en su honor y le iban a hacer regalos y todo. Al parecer el colegio entero había colaborado en la recaudación del dinero para comprarle unos regalos de despedida.
No salía de la sorpresa de lo que aquella mujer me estaba diciendo. No entendía nada de nada. 
Pensaba que mi hijo se habría vuelto a pelear o algo parecido y nada más lejos de la realidad. 
Por que, ¿aquello era real?
Desconcertado salí del colegio tras recibir un abrazo de la directora. 
Caminé hacia mi coche y mi novia me llamó. 
Le dije que acababa de salir del colegio y que ahora iba hacia su casa. 
Cogí el coche y en veinte minutos me personifiqué en la puerta de su chalé.
Llamé al timbre y salió a abrirme. Tenía mala cara y llevaba unas gafas de sol graduadas que en ocasiones usaba. 
Le entregué una bolsa con sus efectos. Fue entonces cuando me dijo que tenía algo importante que decirme. 
Me puse nervioso. 
Agarró mi mano. Me dijo que lamentaba su indecisión con respecto a nuestra relación de los últimos meses y que quería formalizarla. 
Aquel día hicimos el amor con más pasión de la habitual y a los pocos días nos fuimos a vivir juntos. 
Un mes más tarde firmábamos contrato de trabajo con un hombre que nos había hecho una excelente oferta y fue así como comenzamos a ganarnos bien la vida dedicándonos a nuestra profesión. 
Nos compramos un piso en una bonita zona al norte de la capital y allí comenzamos nuestra vida en común. 
Éramos muy felices. Nos teníamos mutuamente y con aquello era más que suficiente. 
Ella se llevaba muy bien con mi hijo y este también la quería mucho.
Después de los tres primeros años de convivencia decidimos casarnos y celebramos una boda por todo lo alto. De viaje de novios viajamos a Japón. 
Seis meses después nació nuestro primer hijo. Una niña preciosa que se parecía mucho a ella. 
Durante el tiempo de lactancia ella se quedó en casa y yo seguí trabajando y creciendo en muchos aspectos. Contratamos una niñera y en cuanto ella pudo volvió al trabajo también. 
Nuestro trabajo era nuestra pasión y nos llenaba en muchos aspectos. 
Me sentía feliz y pleno a su lado. La miraba a la cara y daba gracias a Dios por tenerla conmigo. Era tan bonita, tan increíble tenerla cerca. 
Yo la adoraba. Su olor, su sabor, su piel. Su carácter. Tan tierna, tan delicada, alguien a quien tenía que proteger. 
Desnudos en la cama. Haciendo el amor la miraba a los ojos, unos ojos almendrados en los que me veía reflejado. Unos ojos que me miraban con admiración y deseo.
Ella era mi motor. Aquello que me hacía querer ser mejor persona y mejor en mi profesión. Ella siempre sacaba lo mejor de mí.
Mi corazón estaba colmado de felicidad. 
Todo lo contrario a mis años verdes en los que pugnaba por tener algo que valiera la pena. 
Cuando la niña cumplió los dos años tuvimos otro hijo. Un varón. Y ya teníamos la parejita que tantos matrimonios buscan.
Conseguimos cierto reconocimiento en nuestra profesión. Había quienes nos admiraban de verdad.
Nosotros siempre trabajamos desde la humildad y el buen hacer por alcanzar nuestros objetivos. A veces trabajábamos juntos y otras cada cual por su lado.
Pero siempre había un momento al día en el que nos reuníamos y nos contábamos nuestras cosas. Aquello hacía cohesión y ese vínculo nunca cambió.¨
Los años pasaban. Las estaciones se sucedían y un buen día ya tenía casado a mi hijo mayor con una chica coreana y a los otros dos en la veintena.
El rostro de mi amada había envejecido al igual que el mío. Ahora los dos peinábamos canas y nuestros rostros no eran ni de lejos el rostro de aquellos que se conocieron un buen día.
Pero yo siempre cuando la miraba y me sonreía veía a aquella treintañera que un buen día de marzo conocí.
La vida puede ser un suspiro.
Quizás no todo fue bueno, pero supimos salir adelante en nuestra relación.
Ninguno de los dos se rindió jamás. Incluso en los momentos difíciles seguimos estando juntos y apoyándonos mutuamente.
La vida. Nuestras vidas. Siempre supimos cómo llevarlas a cabo.
La pasión nunca nos faltó. Siempre la amé.
Nuestros hijos se hicieron mayores, se casaron y nos dieron nietos. 
La vida nos iba colocando poco a poco en diferentes roles a medida que madurábamos. 
Dulcemente fuimos avanzando hasta llegar a la vejez.
El destino me permitió incluso conocer a un bisnieto por parte de mi hijo el mayor.
Postrado en la cama. Cuando estaba a punto de expirar y mi hijo el pequeño, ya con cuarenta y dos años, tomaba nota del presente texto junto a su hermana y mi otro hijo. 
Mi amor no tenía cuerpo de verme así. Aún y con todo, acabó acostándose conmigo, cogiéndome de la mano y acompañándome hasta que iniciara mi viaje a un lugar en el que todavía no me iba a acompañar. 
Un viaje que iniciaría solo y allí donde fuera la esperaría sin prisa a que viniera a mi lado.

Esta es una historia de FICCIÓN y no tiene nada de real ni hace referencia a NADA conocido.
Si hay alguien que se sienta identificado con esta historia que me escriba por privado y me pregunte. Que se ahorre de ridiculeces y problemas. 

Espero que esta historia haya sido de vuestro agrado. 
Al igual que he escrito historias de vida y muerte, en esta ocasión he querido retratar una historia más dulce de lo habitual, si entendemos por dulce el amor de toda una vida. Algo que mucha gente quisiera vivir y que para bien o para mal son incapaces de conseguir.

Nos vemos en mi siguiente historia. 

Hasta la próxima!

Alberto Hidalgo.





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